“En qué tipo de sociedad vivimos, que para ser aceptados se nos obliga
a rechazar a otros? ”.
Hacia el segundo semestre de ese
año, ingresé al coro de la universidad. Necesitaba despejar mi mente de las
inagotables líneas de código que por esos días eran (y son) mi agonía… además
necesitaba buscar ese niño prodigio que había perdido cuando tenía 13 años, en
un diciembre en el cual su voz de Farinelli se tornó en un horrible canto de
pato puberto.
Resultó que después de la prueba
no lo hice tan mal, de hecho, clasifiqué como Bajo (siempre pensé que iba para
tenor) y mi emoción era notable porque el tono de mi voz, en teoría, podría
alejar cualquier rumor sobre mi sexualidad.
… Bueno, al menos dentro del coro
podría funcionar; cuando mis compañeros de la u se enteraron no demoraron en
hacer comentarios al respecto: Cantar es para las viejas y para los maricas,
así que si Andrés está en el coro…
Cuando nos ubicaron de acuerdo a
nuestras voces, a mi lado encontré un estudiante de Comunicación Social que se
llamada Vladimir; medía más o menos lo mismo que yo, tenía una cara cuyos
rasgos parecían haber sido el resultado de su piel halada hacia arriba con la
excepción de sus espesos labios que aún recuerdo con deleite… también usaba
frenos como yo, lo cual lo hacían un hombre igual de feo, y por ende, las
comparaciones serían innecesarias.
Pues resulta que si bien el
muchacho no era muy agraciado facialmente, tenía un carisma que agradaba a
todas las niñas, e incluso al cabo de un tiempo fui yo quien cai también en esa
horda de admiradores, porque era un bacán que compartía sus partituras y además
de eso siempre lo hacía con una sonrisa de oreja a oreja… ah! Además me
tuteaba… y bueno… Tenía un trasero… Y unas manotas! En fin, yo y mis gustos
exóticos.
Sucede que Vladimir tenía un
séquito de amigos, que botaban más pluma que contrabando de aves exóticas:
Paulo (el mejor amigo), Sergio (o
‘Sergie’, futuro activista y peluquero), Milo (ese si era el verdadero Farinelli) y
Gabo (sin comentarios) todos ellos tenores; de ahí que en el coro empezó a
cundir la mala fama de los tenores y todo aquel que fuera Bajo se consideraba
fuera de toda sospecha. A pesar de sus amistades, las niñas guardaban la
esperanza que Vladimir, por ser bajo, no corriera la misma suerte.
Las sospechas sobre Vladimir se
hicieron latentes cuando el coro viajó por 14 horas a una presentación en un
pueblo del Magdalena Medio. Todo el mundo sacó guitarras e hizo gala de sus
talentos musicales, y siendo un experto guitarrista, Vladimir se cantó alguna
pieza medio romanticona, sentándose enfrente de su amigo Paulo y a quien le
cantó con tanta emoción que de la escena emergieron corazoncitos invisibles que
causaron estupor en los bajos y desilusión en las soprano y las contralto. Ni
que decir que cuando Paulo y Vladimir se acomodaron en su silla y se
arruncharon… ahí ya todas las dudas estaban despejadas.
-
La madre que si mi mejor amigo me canta así y se
me arrunche al lado, soy capaz de romperle la guitarra y amarrarle las cuerdas
como corbatín, a ver si se le acaba la ‘maricada’!- dijo mi compañero de silla.
Yo tenía sentimientos
confundidos: Por un lado empecé a morbosear con la idea que a Vladimir y a mí
nos hicieran compartir habitación, y que después de unas cervezas en el
bar me hiciera suyo ( Papi poséyeme!) en
el baño del cuarto; Por otro lado, lo mejor era alejarme de él y de hacerle
cualquier sonrisita o gesto amable a riesgo de convertirme en ‘tenor’.
En el hotel había espacio para
seis en cada cuarto, y como éramos 18 hombres, era obvio que a los ‘tenores’ lo
iban a mandar a un cuarto aparte pero igual necesitaban uno más para llenar el
cupo. Los pocos tenores que se salvaban de la mala fama y el resto de bajos
(sin incluir a Vladimir) empezamos a cruzar miradas de miedo sobre quien iría a
ese cuarto de perdición. El director del coro volteó los ojos ante la inmadurez
de sus voces masculinas y no le vió agüero en compartir cuarto con los infames
tenores.
Para colmo de males, los tenores
dormirían en el segundo piso del hotel, alejados del resto del coro quienes
ocupábamos el primer piso. Fue ahí donde este pecho que les escribe, aprovechó
el momento para alejar cualquier sospecha sobre su sexualidad y montó un
espectáculo tan gracioso pero tan denigrante que al día de hoy todavía lo
recuerda con bastante desagrado:
-
Si saben que en el 201 esta noche habrá ‘trencito’,
no? A penas se duerma el maestro …
Lo siguiente que hice fue empezar
a brincar cuan conejo en celo por todo el patio mientras el resto de mis compañeros
estallaban en carcajadas. Cuatro de mis compañeros bajos empezaron a seguirme
la corriente y todos simulábamos el famoso tren. Dada mi danza ridícula, estos pobres
muchachos serían denominados por el resto del año como “Los Conejos”.
Los pobres ‘conejos’ fueron
víctimas de los silencios repentinos y las risitas tontas durante el resto del
paseo. Ellos sabían bien la razón y no le dieron importancia, pero creo que no
sabían que el motivo de las risitas era que cada vez que los veían, pintaban en
sus siluetas el bailecito tonto que yo había protagonizado la noche previa a la
presentación. Durante el viaje de vuelta los conejos no cantaron, no sacaron
guitarras y cada quien durmió en su silla mirando afuera.
Para suerte de los conejos, los
exámenes finales se acercaban y yo ya no podría asistir a los tres ensayos
semanales, solo a los de las ceremonias de grado y algunas novenas en la
capilla de la universidad. Durante esos ensayos se acabaron las risitas y los
buenos gestos con Vladimir, a duras penas nos saludábamos. No volví más al coro
porque no quería levantar mala fama entre mis amigos y además porque con tanto
ensayo nocturno me tiré dos materias ese semestre.
Tiempo después es que me pregunto
que habrán pensado todos los pobres sujetos de los que me burlé en esas
ocasiones… Cual habrá sido su mayor pecado para que se ganaran ese trato?
Saludar con cordialidad? Compartir partituras con el compañero de al lado?
Cantarse canciones para expresar sentimientos escondidos? O Pedir que se
cantara Caraluna o la Maldita Primavera cuando se escucha a Enrique Bunbury? Pues…
señores coristas, la verdad ustedes no tenían la culpa de
nada… simplemente fueron víctimas de un enclosetado homofóbico!
No es algo de lo que me sienta
orgulloso en haber hecho, más aún cuando comprendí que lo que estaba haciendo
era vengándome con esos muchachos por todo el rechazo que sufrí en la mitad del
bachillerato. Me porté de manera violenta porque tenía miedo de volver a ser
señalado, y la mejor manera de acallar cualquier sospecha era señalando a
otros.
Cuando veo como una horda de
desconocidos se despachan en improperios hacia los que como yo, gustan de los
de su mismo sexo, es como si me viera en cientos de miles de espejos,
retratando lo que yo solía ser y lo frustrado que me sentía en ese entonces…
incluso con aquellos que dicen estar curados de ser homosexuales (notan con que
rabia se expresan contra sus antiguos compañeros de causa? Ustedes creen que si
en realidad estos sujetos se han curado tendrían toda esa ira acumulada?)…
…O sea señores homofóbicos,
tranquilos que no somos zombies ni vampiros que buscamos crear ejércitos para
acabar con la sociedad y alzarnos cuan nuevos nazis sobre este planeta! sabemos
que ser gay es “pa’machos” … no es para todo el mundo! Gracias a ustedes y a
las lecciones que a las malas nos han querido enseñar, hemos aprendido a
respetar la diversidad.
Hagan lo que hagan, queridos
homofóbicos, yo estoy aprendiendo a ser felíz conmigo mismo, me está costando
trabajo, pero llegará el día en que “me quite este demonio que cargo atrás y
que no me deja bailar”. No se qué tipo de felicidad les genera discriminar a
otros, pero si ese es su ideal pues bien por ustedes… a mi ya me dejará de
importar!
--
Epílogo:
Hace algunos días encontré a
Vladimir, en un conocido bar gay de la ciudad. Cuando lo ví lo saludé y me lo
llevé al área de no fumadores para ofrecerle disculpas por mi comportamiento
años atrás. Cuando le conté sonrió, me dijo que no se había dado cuenta de esa
situación y que más bien toda esa payasada le causaba risa. Terminé y me
abrazó, me felicitó por tener el valor para pedir perdón, y me dijo que con el
hecho de tener mi mente tranquila era todo el perdón que yo necesitaba.
Ahora la maldición por tantos
años de homofobia es que los tipos no se me acercan, aparentemente porque soy
demasiado hétero para el gusto de ellos… Ay Dios!
Solo porque está bueno (el post) lo voy a perdonar.
ResponderEliminarTodo está dicho, no hay mucho que agregar, solo que yo tambien pasé por esa situación, afortunadamente de eso han pasado millones de años y solo este post me ayudo a recordar lo inmaduro que llegué a ser.
No le dejo picos como castigo.
Pd: el termino que siempre uso para referirme a la comunidad es "el coro", cuando alguien tiene dudas me pregunta: y ese será que tambien es corista?
@pixelrevenge
Realmente me gusto mucho la entrada, creo que en algún momento tod@s pasamos por el error de juzgar y rechazar lo que verdaderamente somos, quizá por miedo, quizá por protegernos, lo importante es que llegue el momento en que terminemos aceptándonos y ayudando a mas personas a que se acepten.
ResponderEliminar@kaelimoni
Pues querido Cyberguenza, pao, pao por homofóbico! Te cuento a manera de sana conversación que mi caso fue diferente, no es por juzgar, es sólo que me animo a compartir :). Desde que tengo memoria sabía lo que me gustaba. Y dado que históricamente que exijo mucho y he sido más bien aterrizado y auto crítico, no soy capaz de actuar como homofóbico, pues asocio la necesidad de discriminar o sentirse mejor que otro(que es la realidad tras la discriminación) con dilemas éticos y problemas de aceptación propia que no me permito con facilidad. Entretenida tu historia y #QueGracias por compartirla ;)
ResponderEliminarCyberguenza, como siempre, muy agradable tu escritura. La homofobia enclosetada debe ser más común de lo que nos imaginamos, principalmente por esos deseos reprimidos de tanta gente.
ResponderEliminarGracias por compartir tu blog!