octubre 31, 2011

Ayer, cuando yo era Homofóbico


“En qué tipo de sociedad vivimos, que para ser aceptados se nos obliga a rechazar a otros? ”.

 

Hacia el segundo semestre de ese año, ingresé al coro de la universidad. Necesitaba despejar mi mente de las inagotables líneas de código que por esos días eran (y son) mi agonía… además necesitaba buscar ese niño prodigio que había perdido cuando tenía 13 años, en un diciembre en el cual su voz de Farinelli se tornó en un horrible canto de pato puberto.

Resultó que después de la prueba no lo hice tan mal, de hecho, clasifiqué como Bajo (siempre pensé que iba para tenor) y mi emoción era notable porque el tono de mi voz, en teoría, podría alejar cualquier rumor sobre mi sexualidad.

… Bueno, al menos dentro del coro podría funcionar; cuando mis compañeros de la u se enteraron no demoraron en hacer comentarios al respecto: Cantar es para las viejas y para los maricas, así que si Andrés está en el coro…

Cuando nos ubicaron de acuerdo a nuestras voces, a mi lado encontré un estudiante de Comunicación Social que se llamada Vladimir; medía más o menos lo mismo que yo, tenía una cara cuyos rasgos parecían haber sido el resultado de su piel halada hacia arriba con la excepción de sus espesos labios que aún recuerdo con deleite… también usaba frenos como yo, lo cual lo hacían un hombre igual de feo, y por ende, las comparaciones serían innecesarias.

Pues resulta que si bien el muchacho no era muy agraciado facialmente, tenía un carisma que agradaba a todas las niñas, e incluso al cabo de un tiempo fui yo quien cai también en esa horda de admiradores, porque era un bacán que compartía sus partituras y además de eso siempre lo hacía con una sonrisa de oreja a oreja… ah! Además me tuteaba… y bueno… Tenía un trasero… Y unas manotas! En fin, yo y mis gustos exóticos.

Sucede que Vladimir tenía un séquito de amigos, que botaban más pluma que contrabando de aves exóticas: Paulo (el mejor amigo), Sergio  (o ‘Sergie’, futuro activista y peluquero),  Milo (ese si era el verdadero Farinelli) y Gabo (sin comentarios) todos ellos tenores; de ahí que en el coro empezó a cundir la mala fama de los tenores y todo aquel que fuera Bajo se consideraba fuera de toda sospecha. A pesar de sus amistades, las niñas guardaban la esperanza que Vladimir, por ser bajo, no corriera la misma suerte.

Las sospechas sobre Vladimir se hicieron latentes cuando el coro viajó por 14 horas a una presentación en un pueblo del Magdalena Medio. Todo el mundo sacó guitarras e hizo gala de sus talentos musicales, y siendo un experto guitarrista, Vladimir se cantó alguna pieza medio romanticona, sentándose enfrente de su amigo Paulo y a quien le cantó con tanta emoción que de la escena emergieron corazoncitos invisibles que causaron estupor en los bajos y desilusión en las soprano y las contralto. Ni que decir que cuando Paulo y Vladimir se acomodaron en su silla y se arruncharon… ahí ya todas las dudas estaban despejadas.

-          La madre que si mi mejor amigo me canta así y se me arrunche al lado, soy capaz de romperle la guitarra y amarrarle las cuerdas como corbatín, a ver si se le acaba la ‘maricada’!- dijo mi compañero de silla.

Yo tenía sentimientos confundidos: Por un lado empecé a morbosear con la idea que a Vladimir y a mí nos hicieran compartir habitación, y que después de unas cervezas en el bar  me hiciera suyo ( Papi poséyeme!) en el baño del cuarto; Por otro lado, lo mejor era alejarme de él y de hacerle cualquier sonrisita o gesto amable a riesgo de convertirme en ‘tenor’.

En el hotel había espacio para seis en cada cuarto, y como éramos 18 hombres, era obvio que a los ‘tenores’ lo iban a mandar a un cuarto aparte pero igual necesitaban uno más para llenar el cupo. Los pocos tenores que se salvaban de la mala fama y el resto de bajos (sin incluir a Vladimir) empezamos a cruzar miradas de miedo sobre quien iría a ese cuarto de perdición. El director del coro volteó los ojos ante la inmadurez de sus voces masculinas y no le vió agüero en compartir cuarto con los infames tenores.

Para colmo de males, los tenores dormirían en el segundo piso del hotel, alejados del resto del coro quienes ocupábamos el primer piso. Fue ahí donde este pecho que les escribe, aprovechó el momento para alejar cualquier sospecha sobre su sexualidad y montó un espectáculo tan gracioso pero tan denigrante que al día de hoy todavía lo recuerda con bastante desagrado:

-          Si saben que en el 201 esta noche habrá ‘trencito’, no? A penas se duerma el maestro …

Lo siguiente que hice fue empezar a brincar cuan conejo en celo por todo el patio mientras el resto de mis compañeros estallaban en carcajadas. Cuatro de mis compañeros bajos empezaron a seguirme la corriente y todos simulábamos el famoso tren. Dada mi danza ridícula, estos pobres muchachos serían denominados por el resto del año como “Los Conejos”.

Los pobres ‘conejos’ fueron víctimas de los silencios repentinos y las risitas tontas durante el resto del paseo. Ellos sabían bien la razón y no le dieron importancia, pero creo que no sabían que el motivo de las risitas era que cada vez que los veían, pintaban en sus siluetas el bailecito tonto que yo había protagonizado la noche previa a la presentación. Durante el viaje de vuelta los conejos no cantaron, no sacaron guitarras y cada quien durmió en su silla mirando afuera.

Para suerte de los conejos, los exámenes finales se acercaban y yo ya no podría asistir a los tres ensayos semanales, solo a los de las ceremonias de grado y algunas novenas en la capilla de la universidad. Durante esos ensayos se acabaron las risitas y los buenos gestos con Vladimir, a duras penas nos saludábamos. No volví más al coro porque no quería levantar mala fama entre mis amigos y además porque con tanto ensayo nocturno me tiré dos materias ese semestre.

Tiempo después es que me pregunto que habrán pensado todos los pobres sujetos de los que me burlé en esas ocasiones… Cual habrá sido su mayor pecado para que se ganaran ese trato? Saludar con cordialidad? Compartir partituras con el compañero de al lado? Cantarse canciones para expresar sentimientos escondidos? O Pedir que se cantara Caraluna o la Maldita Primavera cuando se escucha a Enrique Bunbury? Pues… señores coristas, la verdad ustedes no tenían la culpa de nada… simplemente fueron víctimas de un enclosetado homofóbico!

No es algo de lo que me sienta orgulloso en haber hecho, más aún cuando comprendí que lo que estaba haciendo era vengándome con esos muchachos por todo el rechazo que sufrí en la mitad del bachillerato. Me porté de manera violenta porque tenía miedo de volver a ser señalado, y la mejor manera de acallar cualquier sospecha era señalando a otros.

Cuando veo como una horda de desconocidos se despachan en improperios hacia los que como yo, gustan de los de su mismo sexo, es como si me viera en cientos de miles de espejos, retratando lo que yo solía ser y lo frustrado que me sentía en ese entonces… incluso con aquellos que dicen estar curados de ser homosexuales (notan con que rabia se expresan contra sus antiguos compañeros de causa? Ustedes creen que si en realidad estos sujetos se han curado tendrían toda esa ira acumulada?)…

…O sea señores homofóbicos, tranquilos que no somos zombies ni vampiros que buscamos crear ejércitos para acabar con la sociedad y alzarnos cuan nuevos nazis sobre este planeta! sabemos que ser gay es “pa’machos” … no es para todo el mundo! Gracias a ustedes y a las lecciones que a las malas nos han querido enseñar, hemos aprendido a respetar la diversidad.

Hagan lo que hagan, queridos homofóbicos, yo estoy aprendiendo a ser felíz conmigo mismo, me está costando trabajo, pero llegará el día en que “me quite este demonio que cargo atrás y que no me deja bailar”. No se qué tipo de felicidad les genera discriminar a otros, pero si ese es su ideal pues bien por ustedes… a mi ya me dejará de importar!
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Epílogo:

Hace algunos días encontré a Vladimir, en un conocido bar gay de la ciudad. Cuando lo ví lo saludé y me lo llevé al área de no fumadores para ofrecerle disculpas por mi comportamiento años atrás. Cuando le conté sonrió, me dijo que no se había dado cuenta de esa situación y que más bien toda esa payasada le causaba risa. Terminé y me abrazó, me felicitó por tener el valor para pedir perdón, y me dijo que con el hecho de tener mi mente tranquila era todo el perdón que yo necesitaba.

Ahora la maldición por tantos años de homofobia es que los tipos no se me acercan, aparentemente porque soy demasiado hétero para el gusto de ellos… Ay Dios!